Esto era una vez un quokka*, que siempre sonreía feliz;
sus amigos lo querían
por ser alegre como una perdiz.
Su actitud era tan envidiable,
que nadie le perturbaba;
por mucho que lo chincharan, a él, nada le molestaba.
Sucedió un día un
percance en la villa del marsupial,
pues fue acusado de
hurto en la finca de otro animal.
Faltaban kilos de hierbas
y otras raíces de su rancho,
pues alguien saltó la
valla y se despachó tan pancho.
El quokka se defendía,
declarando su pura inocencia,
pero un vecino envidioso
lo señalaba con insistencia.
El resentido denunció, que lo vio entrar de
madrugada,
más no pudo demostrarlo,
pues quokka tenía coartada:
La noche de autos estaba
en la fiesta de su hermana,
celebrando su cumpleaños
con juego, baile y yincana.
Y eran muchos los
testigos, entre amigos y familiares,
que pudieron constatar ,
su presencia y sus cantares.
El quokka, en vez de
enfadarse por tal denuncia falsa,
se ofreció a investigar
el robo y se hallaría en su salsa.
Siendo tan hiper- sociable,
conocía bien a su vecindad;
las costumbres, vicios y
hábitos de toda su comunidad.
Les llevó al lugar del
hecho y observaron varias cosas:
Venía un tufo chungo y
denso, de unas cercanas fosas.
Junto a unas rocas, en
la entrada del saqueado huerto,
vieron unos cubitos marrones
y con gran olor a muerto.
Con esto, ya dedujeron
que un wómbat* rondaba cerca
y podría ser el culpable
del tremendo robo en la huerta.
Se descubrió que, en
efecto, quokka no cometió el delito
y ,el celoso acusador, se
disculpó y le invitó a un cafelito.
Desde ahora lo conocen
como ”Q, el de la eterna sonrisa“;
el más feliz del mundo,
por su ausencia de stress y prisa.
Un ser tan especial y
único siempre es digno de admiración;
No es extraño que su
especie esté en peligro de extinción.
Deberíamos aprender de él, de su actitud,
humor y talante
y, por mal que nos vayan las cosas, mejor
mirar adelante.
©Vegalur
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